El Aula Abandonada
Había una vez una escuela antigua y
abandonada en las afueras del pueblo. Se decía que estaba maldita, y nadie se
atrevía a entrar. Sin embargo, un grupo de estudiantes valientes decidió
desafiar el mito y explorar el lugar.
Era una noche oscura y lluviosa cuando
los cinco amigos, Marta, Carlos, Laura, Juan y Sofía, se encontraron frente a
la puerta de la escuela. Las ventanas rotas y las paredes descascaradas les
daban escalofríos, pero su curiosidad era más fuerte.
—¿Están seguros de que queremos hacer
esto? —preguntó Marta, mirando a sus amigos con incertidumbre.
—Claro, Marta. ¿Tienes miedo? —bromeó
Carlos, empujando la puerta entreabierta.
El interior estaba oscuro y
polvoriento. Los pasillos estaban cubiertos de hojas secas y telarañas. Las
aulas estaban vacías, pero algo parecía moverse en la penumbra.
—¿Escucharon eso? —susurró Laura,
apretando el brazo de Juan.
—Solo son ratas o el viento —respondió
Juan, tratando de mantener la calma.
Exploraron las aulas una por una. En
una de ellas, encontraron un viejo pizarrón lleno de fórmulas matemáticas y
nombres de estudiantes. Pero en otra, algo los dejó sin aliento: un libro
antiguo con extraños símbolos y dibujos.
—¿Qué creen que sea esto? —preguntó
Sofía, pasando sus dedos sobre las páginas amarillentas.
—No lo sé, pero no deberíamos tocarlo
—advirtió Marta.
Demasiado tarde. Al abrir el libro,
una ráfaga de viento frío los envolvió. Las luces parpadearon y se apagaron.
Los amigos se miraron, asustados.
—¿Qué hicimos? —murmuró Carlos.
Entonces, una voz susurró desde la
oscuridad: “¿Quieren saber el secreto de esta escuela?”
Los cinco amigos se giraron y vieron a
una figura encapuchada en el rincón de la habitación. Su rostro estaba oculto,
pero sus ojos brillaban con una luz sobrenatural.
—¿Quién eres? —preguntó Laura,
temblando.
—Soy el guardián de este lugar.
Aquellos que se atreven a entrar deben pagar un precio. ¿Están dispuestos?
Los estudiantes intercambiaron
miradas. La curiosidad y el miedo luchaban dentro de ellos.
—¿Qué precio? —preguntó Juan.
—Sus almas —respondió el guardián.
El aire se volvió más denso. Los
amigos sintieron que algo los arrastraba hacia el suelo. Intentaron huir, pero
era inútil. El guardián los atrapó con sus garras heladas.
—¿Almas valientes o almas cobardes?
—susurró.
En ese momento, Marta tomó una
decisión. Cerró los ojos y dijo: “Somos valientes”.
El guardián sonrió y desapareció en la
oscuridad. Las luces se encendieron, y los amigos se encontraron en el aula
vacía.
—¿Qué pasó? —preguntó Sofía,
confundida.
—No lo sé, pero algo ha cambiado —dijo
Marta, mirando a sus amigos.
Cuando salieron de la escuela, se
dieron cuenta de que ya no eran los mismos. Sus ojos brillaban con una luz
sobrenatural, y sus almas estaban marcadas para siempre.
Desde entonces, los cinco amigos se
convirtieron en los guardianes de la escuela abandonada. Protegían su secreto y
esperaban a los valientes que se atrevieran a entrar.
Pero aquellos que eran cobardes… nunca
volvían a ser vistos.
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