jueves, 9 de mayo de 2024

El Aula Abandonada

 



El Aula Abandonada


Había una vez una escuela antigua y abandonada en las afueras del pueblo. Se decía que estaba maldita, y nadie se atrevía a entrar. Sin embargo, un grupo de estudiantes valientes decidió desafiar el mito y explorar el lugar.

Era una noche oscura y lluviosa cuando los cinco amigos, Marta, Carlos, Laura, Juan y Sofía, se encontraron frente a la puerta de la escuela. Las ventanas rotas y las paredes descascaradas les daban escalofríos, pero su curiosidad era más fuerte.

—¿Están seguros de que queremos hacer esto? —preguntó Marta, mirando a sus amigos con incertidumbre.

—Claro, Marta. ¿Tienes miedo? —bromeó Carlos, empujando la puerta entreabierta.

El interior estaba oscuro y polvoriento. Los pasillos estaban cubiertos de hojas secas y telarañas. Las aulas estaban vacías, pero algo parecía moverse en la penumbra.

—¿Escucharon eso? —susurró Laura, apretando el brazo de Juan.

—Solo son ratas o el viento —respondió Juan, tratando de mantener la calma.

Exploraron las aulas una por una. En una de ellas, encontraron un viejo pizarrón lleno de fórmulas matemáticas y nombres de estudiantes. Pero en otra, algo los dejó sin aliento: un libro antiguo con extraños símbolos y dibujos.

—¿Qué creen que sea esto? —preguntó Sofía, pasando sus dedos sobre las páginas amarillentas.

—No lo sé, pero no deberíamos tocarlo —advirtió Marta.

Demasiado tarde. Al abrir el libro, una ráfaga de viento frío los envolvió. Las luces parpadearon y se apagaron. Los amigos se miraron, asustados.

—¿Qué hicimos? —murmuró Carlos.

Entonces, una voz susurró desde la oscuridad: “¿Quieren saber el secreto de esta escuela?”

Los cinco amigos se giraron y vieron a una figura encapuchada en el rincón de la habitación. Su rostro estaba oculto, pero sus ojos brillaban con una luz sobrenatural.

—¿Quién eres? —preguntó Laura, temblando.

—Soy el guardián de este lugar. Aquellos que se atreven a entrar deben pagar un precio. ¿Están dispuestos?

Los estudiantes intercambiaron miradas. La curiosidad y el miedo luchaban dentro de ellos.

—¿Qué precio? —preguntó Juan.

—Sus almas —respondió el guardián.

El aire se volvió más denso. Los amigos sintieron que algo los arrastraba hacia el suelo. Intentaron huir, pero era inútil. El guardián los atrapó con sus garras heladas.

—¿Almas valientes o almas cobardes? —susurró.

En ese momento, Marta tomó una decisión. Cerró los ojos y dijo: “Somos valientes”.

El guardián sonrió y desapareció en la oscuridad. Las luces se encendieron, y los amigos se encontraron en el aula vacía.

—¿Qué pasó? —preguntó Sofía, confundida.

—No lo sé, pero algo ha cambiado —dijo Marta, mirando a sus amigos.

Cuando salieron de la escuela, se dieron cuenta de que ya no eran los mismos. Sus ojos brillaban con una luz sobrenatural, y sus almas estaban marcadas para siempre.

Desde entonces, los cinco amigos se convirtieron en los guardianes de la escuela abandonada. Protegían su secreto y esperaban a los valientes que se atrevieran a entrar.

Pero aquellos que eran cobardes… nunca volvían a ser vistos.

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